Sin título-1

Christian saca del cajón unas esposas de metal. Son macizas y el metal está frío.

– “Tengo ganas de usarlas contigo ahora.  ¿Quieres jugar?” – me dice Christian en voz baja, y el deseo explota en lo más profundo de mi vientre.

– “Sí” – jadeo.

– “Esto no va a doler, Anastasia. Pero va a ser intenso. Muy intenso, porque no voy a dejar que te muevas. ¿Entendido?”

Se trata de unas esposas extremadamente realistas. Aclaro este punto;  no es que este acostumbrada a terminar con unas de verdad en las muñecas cada vez que salgo de fiesta (aunque merecérmelo me lo merezco). Solo tocarlas se nota que si atas a alguien con ellas a la pata de la cama, de ahí no se mueve. Nota para las que ya esteis elucubrando un plan para raptar al vecino buenorro del primero y esposaroslo al tobillo; las esposas tienen una especie de palanquita para poder abrir las esposas sin necesidad de utilizar la llave.