Christian saca del cajón unas esposas de metal. Son macizas y el metal está frío.
– “Tengo ganas de usarlas contigo ahora. ¿Quieres jugar?” – me dice Christian en voz baja, y el deseo explota en lo más profundo de mi vientre.
– “Sí” – jadeo.
– “Esto no va a doler, Anastasia. Pero va a ser intenso. Muy intenso, porque no voy a dejar que te muevas. ¿Entendido?”
Se trata de unas esposas extremadamente realistas. Aclaro este punto; no es que este acostumbrada a terminar con unas de verdad en las muñecas cada vez que salgo de fiesta (aunque merecérmelo me lo merezco). Solo tocarlas se nota que si atas a alguien con ellas a la pata de la cama, de ahí no se mueve. Nota para las que ya esteis elucubrando un plan para raptar al vecino buenorro del primero y esposaroslo al tobillo; las esposas tienen una especie de palanquita para poder abrir las esposas sin necesidad de utilizar la llave.
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